De sanitat, de comunicació i d'ètica
El meu article número 83 a la revista virtual "El Cinèfil, la revista de cinema en xarxa i en català" (i gratuïta).
Amb motiu del confinament degut a la Covid-19, he dedicat l'article al cinema que tracta els aspectes relacionats amb la sanitat i els mitjans de comunicació.
Teniu l'article, en català, al següent enllaç:
https://elcinefil.cat/2020/04/15/de-sanitat-de-comunicacio-i-detica/
És un article complentari a aquest altre:
https://elcinefil.cat/2020/04/01/de-virus-deconomia-i-decologia/
Si voleu llegir tots els articles que he publicat a la revista podeu veure el link següent:
http://elcinefil.cat/author/jordiojeda/
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A continuación tenéis el artículo traducido al castellano:
De sanidad, de comunicación y de ética
Cine y cultura como espejos y impulsores de la sociedad
Jordi Ojeda
Jordi Ojeda
Nota: Este texto
es complementario al artículo De virus, de economía y de ecología publicado en
la revista El Cinefil.
Justo cuando cumplí los dieciocho años y comenzaba en la
universidad los estudios de ingeniería industrial, no paraba de hacer la misma
pregunta a todos los profesores de mis únicas cinco asignaturas anuales:
"Si la física me la explica un físico, la química un químico, el dibujo
técnico un licenciado en bellas artes y el cálculo y el álgebra unos
matemáticos... ¿quién me enseñará a ser ingeniero?". Afortunadamente
resultó que algunos de ellos sí lo eran y, de hecho, tuve ilustres profesores
ingenieros de los que aprendí lo que quería ser ingeniero... o no, porque...
¿qué quería o qué significa ser ingeniero?
El cine ha retratado esta ética en multitud de ocasiones
(a mí me gusta destacar la película Patch
Adams, 1998, donde un impecable Robin Williams recreaba la historia
real de un médico que utilizaba la risoterapia con finalidad médica y
terapéutica con sus pacientes). Algún médico habrá que no haga bien su trabajo,
como en todo, siempre hay excepciones. En este sentido, destaco la película El doctor (The Doctor, 1991),
donde vemos la evolución de un prepotente e inhumano cirujano interpretado por
William Hurt que enferma de cáncer y verá y vivirá en su piel lo que se siente
desde el otro lado.
Además de poder acompañar al protagonista en este camino
sin retorno, la verosimilitud de la película era impactante. Os contaré una
anécdota personal, el día del estreno, en mi sala de cine, hasta dos veces se
tuvo que parar la proyección y llamar a una ambulancia para llevarse a las dos
personas que se desmayaron. Salí temblando del cine. Esta anécdota es
importante, porque cuarenta años después ceno mientras veo una serie
protagonizada por un forense que se come una hamburguesa ante un cuerpo abierto
encima de la mesa de autopsias, que se nos muestra con todo detalle. Pero esto,
esto es otra historia (me refiero a la banalización del sufrimiento).
Volvamos al tema de la ética. Seguro que debe haber
algún médico corrupto. En el documental Sicko
(2007), dirigido de forma despiadada por Michael Moore, salen unos
cuantos. En este caso, la diana de Moore es el sistema privado de salud de los
Estados Unidos, mostrando el mercantilismo asociado a la salud y a la
dificultad de poder acceder a un sistema de salud de calidad y universal, de
cómo los políticos desde los años setenta promovieron un modelo que potenciaba
los seguros privados. El relato es escalofriante durante las dos horas del
metraje. La historia comienza con un carpintero que pierde dos dedos en un
accidente de trabajo y en el hospital le ponen un precio a cada dedo y, como
sólo le llegan los ahorros por uno, él tiene que elegir qué dedo se le pone. Y
esta es la primera historia de muchos casos narrados. De hecho, aún es más
dantesco ver las declaraciones de una médica que reconocía en un juicio que se
arrepentía de denegar multitud de servicios hospitalarios a enfermos de todo
tipo, provocando unos millonarios beneficios a las grandes compañías de
servicios de salud estadounidenses. A cambio, a ella se le recompensaba con un
sueldo de seis cifras en reconocimiento a su implicación. A sus pacientes, en
muchos casos, la denegación suponía la muerte.
En la reciente y exitosa serie The
good doctor (2017-), hemos normalizado ver hablar habitualmente de
dinero a la hora de tomar decisiones médicas o, incluso, sencillamente, ver
cómo no se atiende a personas que no tienen seguro o aquellos que, a pesar de
tenerlo, las pruebas o tratamientos que necesita no están en la letra pequeña
del contrato. Dicen que la Covid-19 no sabe de territorios (o al menos, eso es
lo que piensan algunos políticos), pero seguro sabe de clases sociales, y los
Estado Unidos es un ejemplo como estamos viendo en las noticias. En la película
distópica Elysium
(2013), vendida como ciencia ficción de acción, en realidad es una
crítica a un modelo de sociedad donde un porcentaje reducido de la población
tiene a su alcance una tecnología que le permite vivir de forma saludable y
confortable. En teoría, la trama acontece en el año 2154.
En el documental Sicko
(2007), Moore se pregunta porque la sanidad es privada y no lo son
los bomberos, las bibliotecas, las fuerzas armadas o la policía en Estados
Unidos. No parece que no lo sean por un carácter comunista del país. A pesar de
su carácter público tampoco deben ser perfectos, pero no están nada mal. En la
inverosímil Volcano
(1997), en una ciudad de Los Ángeles en llamas, golpeada y
colapsada por una erupción volcánica en su subsuelo, se plantea la disyuntiva
de los bomberos de tener que priorizar entre dirigirse a los barrios más ricos
de la ciudad y menos poblados y dispersos, o en los barrios más desfavorecidos
pero densamente poblados. En la película sí fueron al final.
El artículo ¿Quién patrulla las calles de Nueva Orleans?
(Who
Runs the Streets of New Orleans?, 2015, publicado en el New York
Times Magazine, inspiró la serie APB
(2016-2017), donde un multimillonario se hace cargo de la seguridad
de uno de los distritos de la ciudad de Chicago (en la realidad, evidentemente,
se trataba de un barrio de Nueva Orleans, y no es broma). Después de una única
temporada (se ve que no interesaron los diferentes dramas personales de los
personajes protagonistas), lo que me sorprendió no fue la tecnología policial
de vanguardia que empleaban, absolutamente espectaculares, sino las continuas
discusiones entre el propietario de la empresa obsesionado en resolver los
deleites y atrapar a los delincuentes, y el consejo de administración de su
empresa obsesionada con la obtención de beneficios. Pero, de qué beneficios
hablamos? ¿Dónde están los ingresos?
Si lo que hacemos es privatizar un servicio público, los
ingresos salen del ámbito público. Si conseguimos aumentar los ingresos o bajar
los gastos o las dos cosas a la vez, los beneficios de las empresas privadas
que gestionan servicios públicos aumenta. Los aficionados a la ciencia ficción
lo sabemos desde que vimos Robocop
(1987). La película plantea un supuesto de extrema modernidad y de
gran polémica: la posibilidad de privatizar la seguridad de los ciudadanos con
el riesgo que implica, como decisiones sesgadas producto de objetivos
económicos o políticos, y la vital importancia de las inteligencias
artificiales, que pueden monitorizar todo lo que hacemos, afectando a la
privacidad de las personas.
Los políticos no salen muy airosos en la película Robocop:
son abanderados de la máxima «el fin justifica los medios», cómplices del auge
de las grandes corporaciones, ansiosas de hacer negocio venden sus servicios
tecnológicos en el Ayuntamiento, con todo lo que ello implica (dinero e
influencia). El poder político se comportaba en la ficción de una forma cercana
a una moderna organización criminal (¿les suena de algo?). Un mercantilismo y
una corrupción institucionalizada que no dejaban en muy buena imagen el
paradigma del sueño americano justamente en Detroit, la ciudad cuna de la
industria automovilística, transfigurada en la realidad, hoy en día, en una
verdadera ciudad fantasma, sin fábricas.
En el documental Sicko también se hace mención de
políticos corruptos comprados, usuarios al cabo de los años de lo que llamamos
"puertas giratorias". Desconfiad de las opiniones de los políticos
que han disfrutado y de los partidos que lo permiten y les dan voz. Nosotros
conocemos unos cuantos, los tenemos muy cerca y a menudo los medios de
comunicación, entrevistados o opinando. Desconfiad también de los medios de
comunicación que tienen una gran parte de los ingresos de publicidad de la
administración y de grandes corporaciones, de lo contrario puede pasar lo que
veíamos en la película La
cortina de humo (Wag the Dog, 1997), donde la crisis se desata en
la Casa Blanca cuando el presidente de EEUU es acusado de abusar sexualmente de
una becaria en el mismo despacho oval pocos días antes de su reelección. La
estrategia que diseña su principal asesor de comunicación consiste en levantar
una cortina de humo inventando una guerra contra Albania para distraer la
atención de la opinión pública norteamericana. Y sí, esta película se estrenó
antes de que estallara el caso Lewinsky en la cara del presidente Clinton. Para
más coincidencias, el 20 de agosto de 1998, coincidiendo con la declaración de
Monica Lewinsky ante el Gran Jurado, Clinton ordenó el bombardeo de bases
terroristas en Sudán y Afganistán en represalia por los atentados perpetrados
dos semanas antes contra las embajadas norte- estadounidenses en Kenia y
Tanzania.
De hecho, no hay que recordar una ficción, se puede
hacer mención de una película basada en hecho reales: Desvelando la verdad (Shock and
Awe, 2017), la historia real de cómo, después de los ataques del 11
de septiembre, la administración de George Bush desvió la opinión pública del
culpable Osama bin Laden hacia Saddam Hussein, con el objetivo de tener una
excusa para ir a la guerra con Irak en 2003. Mientras cargos de gobierno como
Donald Rumsfeld, Colin Powell y Condoleezza Rice inventaban la existencia de
las legendarias armas de destrucción masiva de Sadam (de políticos mentirosos
sobre este tema también tenemos cerca), sólo los periodistas del Knight Ridder
Newspapers fueron honestos y valientes y dudaron del mensaje institucional.
Nosotros, aquí, aún tenemos medios buscando los culpables de los atentados del
11M, aunque ya haya habido un juicio con sentencia en firme.
¿Dónde ha quedado el cuarto poder que representa la
prensa y que hemos visto tantas veces en películas, algunas tan emblemáticas
como Ciudadano
Kane (Citizen Kane, 1941) de Orson Welles? Pues, dependiendo del
modelo de negocio que hayas elegido: The New York Times cree que el futuro de
la prensa pasa por las suscripciones digitales. Ya en la actualidad tienen 4,5
millones y aspiran en pocos años llegar a los 10 millones. ¿Y como esperan
conseguirlo? Pues aumentando el número de periodistas y, sobre todo, mejorando
su calidad, independencia y credibilidad. ¿Les suena de algo comparado con
nuestros periódicos, radios y televisiones nacionales? Vigilad cuando vayáis al
quiosco a comprar el periódico y os encontréis que todos ellos tienen la misma
portada con un anuncio publicitario, sea del Banco de Santander o del Gobierno
de España... ¡Todos!
Además, para engañarnos y manipularnos se puede
influenciar en el voto mediante las redes sociales utilizando noticias falsas.
Lo pueden ver perfectamente explicado en la película Brexit
(Brexit: The Uncivil War, 2019), basada en hechos reales. Gracias a
la venta de información privada y confidencial por parte de la empresa
Cambridge Analytica al partido que estaba a favor de irse de la Unión Europea,
convirtiéndose en una fábrica generadora de noticias falsas. Y ganaron para que
la gente se lo creyó, especialmente la gente de más edad... ¡Se lo creyeron
todo! ¿Qué le recuerda esto?
Moore, en su documental Sicko, afirma que
"una sociedad se puede juzgar por la forma en que trata a sus miembros más
desfavorecidos", y añade: "y también como trata a sus héroes",
refiriéndose, en su caso, a los trabajadores y voluntarios que ayudaron a
desescombrar las Torres Gemelas y que sufrieron graves enfermedades
respiratorias al paso de los años, abandonados a su suerte. Esta afirmación la
podríamos aplicar, en nuestro caso, en el equipamiento del personal sanitario y
sus dotaciones. O a los recortes en el sector sanitario. Esperamos que todo
vuelva a la normalidad muy pronto... ¿y cómo lo sabremos que ya estamos? Pues
cuando los policías que ahora aplauden al personal sanitario cada día a las 20h
los vuelvan a zurrar como no hace muchos años, cuando estos vuelvan a protestar
por los recortes de los políticos que habremos elegido en el futuro con
nuestros votos.
Porque, ¿a quién votaríamos si hubiera unas nuevas
elecciones? En la película italiana La
hora del cambio (L'ora legale, 2017) podemos tener una respuesta.
Un pueblo cansado de la corrupción del partido del alcalde, del caos normativo
y de las decisiones políticas interesadas, decide votar a un honesto candidato
que propone luchar contra la corrupción. Su voluntad y compromiso con la
legalidad sin excepciones enseguida se topa con la gran mayoría de ciudadanos
que preferían la anterior forma de política en la que, en el fondo, ellos eran
partícipes y cómplices de lo que se hacía, o esperaban ser cómplices si no lo
eran. Y sí, acabaron consiguiendo que volviera el corrupto político que
prometía poder aparcar donde quisieras, entre otras proclamas.
Sed sinceros, ¿votaríais a un partido que propusiera
aumentar los impuestos? ¿Qué impuestos? ¿A los más ricos? ¿A las empresas? ¿A
todo el mundo? ¿A quién votarán los que durante la cuarentena debido a la
Covid-19 piden ayudas del estado o piden no pagar impuestos? En España, en
2018, el gasto público era del 40,4% del PIB, cinco puntos menos que la media
de la Unión Europea (Francia llega al 55,9%, por ejemplo, ¿no sé si podríamos
decir ya que los franceses son comunistas? son quince puntos más que nosotros).
La deuda pública en España en 2018 alcanza prácticamente el 100% del PIB, de
eso se habla poco en las campañas, y las películas menos todavía. Quién pagará
esta deuda pública mientras vamos bajando los impuestos?
Quizás si todos los profesionales hiciéramos un
juramento similar al juramento hipocrático nos iría mejor, seguro habría
excepciones, pero creo que nos iría mejor. ¿Vosotros qué creéis?
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