sábado, 19 de marzo de 2022

Article a @ElCinefilCat «Visibilitat de la corrupció sistèmica»

«Visibilitat de la corrupció sistèmica»


El meu article número 106 a la revista virtual "El Cinèfil, la revista de cinema en xarxa i en català" (i gratuïta).

Amb motiu de l'estrena de les pel·lícules El mundo es vuestro (2022) i Código Emperador (2022), dedico l'article a parlar de la corrupció sistèmica que mostren totes dues produccions amb estils ben diferents: comèdia i 'thriller'. 

Teniu l'article, en català, al següent enllaç:



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A continuación tenéis el artículo traducido al castellano:

Visibilidad de la corrupción sistémica

Coincide el estreno en el cine de Código Emperador y El mundo es vuestro

Jordi Ojeda

El azar ha hecho que se estrene el mismo día en las salas de cine dos producciones españolas aparentemente muy distintas entre sí: la comedia El mundo es vuestro (2022) y el ‘thriller’ Código Emperador (2022). Pero, en realidad, ambas tienen un denominador en común: la visibilidad de la corrupción sistémica en España y la constatación en la ficción de que los salvadores de la patria lo que quieren es su propia salvación (“a ver si puedo hacer un pelotazo de una vez” dice el protagonista de la comedia en un momento de la película mientras ondea la bandera de rigor).

Código Emperador es una gran coproducción franco-española dirigida por Jorge Coira, en la que el actor Luis Tosar interpreta a un agente de una unidad especial del CNI (Centro Nacional de Inteligencia), especializada en investigar redes de contrabandistas de materiales peligrosos. Los acontecimientos que se suceden para conseguir justamente lo que parece una bomba sucia en manos de terroristas provoca un dilema moral al espectador: ¿qué estarías dispuesto a hacer para detener a los traficantes y recuperar las bombas? ¿Qué es admisible desde un punto de vista legal y qué es admisible desde un punto de vista ético?

La trama se complica cuando descubrimos que el agente es también un integrante de lo que reconocemos en los últimos años como «las cloacas del estado», es decir, agentes de la policía al rescate de los problemas de una élite poderosa que quiere proteger sus intereses privados a cambio de favores y dinero y, también, agentes al servicio de las altas esferas del estado para conseguir información comprometida o, directamente, inventarla o provocarla para tener favores y dinero y poder manipular las decisiones de órganos importantes del estado.

El mando del CNI que da las órdenes en uno y otro ámbito, interpretado por Miguel Rellán, es ascendido supuestamente por los méritos de su ejercicio profesional, es decir, «velar por la seguridad nacional» o, empleando sus propias palabras: «Hay que cuidar de los amigos...», «... No hay nada más imprevisible que un político sin muertos en el armario, luego llegan al poder y quieren tirar de la manta. Todos tenemos algún deseo,... encuentra el suyo...», o «Hay que tener un control de togas», es decir, en este caso, un supuesto archivo de pruebas con las que pueden chantajear a los jueces. y, todo ello, en red a nivel internacional: si los terroristas actúan así, sin fronteras, las cloacas también trabajan de forma coordinada a nivel internacional (el protagonista aparece en Bucarest y en Panamá haciendo trapicheos más que dudables).

La película indica en su publicidad que se inspira en hechos reales, normalizando una corrupción que se hace habitual en los periódicos en los últimos años: podemos identificar claramente al presidente y al jugador de un reconocido equipo de fútbol muy cerca del poder, podemos entender cómo se justifican algunas sentencias de algunos jueces, y vemos cómo se condecoran militares franquistas o, directamente, nazis que no tienen ningún problema en fotografiarse haciendo el saludo de la SS... ahora ya no sé si hablo de la película o de la realidad.

El eslogan «La información es poder» es el que subyace en toda la historia y habría que añadir: «... y la comunicación también». En este caso, en la película desempeña un papel relevante un medio digital como garantía de publicar la información real y contrastada, en la línea de las tendencias que vemos a nivel internacional: la corrupción implícita en los medios que dependen especialmente de la propaganda institucional en contraste con la pulcritud de los medios que dependen de los ingresos de sus suscriptores. Apostar por el periodismo de investigación versus apostar por el clientelismo. Lo vemos todos los días en los programas de televisión y radio, llenos de supuestos tertulianos independientes.

Es complicado luchar contra la corrupción cuando no se denuncia (probablemente por miedo a las represalias), o se denuncia y no pasa nada, o se denuncia y los jueces te «lo afinan», o lo denuncias y los medios afines lo tergiversan hasta darle la vuelta. De todas formas, parece que esta ficción en concreto está más cercana a la percepción de la sociedad española, especialmente preocupada por la desconfianza institucional derivada de decisiones incompresibles, sensación de falta de respuesta en muchos casos... y sensación de que la ley no es igual para todos.

De hecho, probablemente no sea correcto hablar de «corrupción sistémica», sino de «corrupción política», pero este matiz no hace que sea baladí la cuestión y que la percepción de corrupción de la ciudadanía sea altísima. La visibilidad de la corrupción política la podemos ver en todo su esplendor en la película El mundo se vuestro, dirigida, guionizada y protagonizada por Alfonso Sánchez, pareja artística de Alberto López (ambos son conocidos como «Los compadres») , con el que presenta esta tercera parte de la trilogía formada por El mundo es nuestro (2012 ) y El mundo es suyo (2018).

En esta comedia, los supuestos salvadores de la patria en realidad quieren vender la España vaciada a los chinos, justamente para que la puedan llenar... de chinos. La película acontece durante una montería en una finca de la alta sociedad española (nobles, empresarios y políticos de todos los colores invitados). La visión agridulce de la sociedad contemporánea es demoledora, donde el esperpento visualizado da vergüenza no tanto por lo que vemos (que también), sino por el hecho de que somos capaces de identificar fácilmente personajes y estamentos reales (la escenificación de la habitual división de la izquierda es absolutamente apocalíptica, mientras tratan de resolver las diferencias en una asamblea en medio de un acto reivindicativo... lo normal, vaya).

De momento, los espectadores podemos escoger qué ficción consumir: escuchar programas de medios supuestamente independientes o disfrutar de películas supuestamente de ficción en una sala de cine... para ver corrupción, yo escojo el cine.


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