«No és país per a professionals honestos»
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El húngaro István Szabó probablemente
ha dirigido su última película a los 82 años, y lo ha manifestado en el mismo
título de la película: «Informe final» (Zárójelentés en el original). Su
testamento cinematográfico tiene forma de alegoría, El medico de Budapest
(Zárójelentés, 2020) es una crítica mordaz de la
sociedad actual, en general, y la húngara, en particular. Su alter ego lo
encarna su actor fetiche Klaus Maria Brandauer, que interpreta al médico Ivan
Stephanus (con el mismo acrónimo que el director, parece una clara alusión,
además teniendo en cuenta que el padre de Szabó también fue médico de pueblo).
El Dr. Stephanus, amante de la ópera como cantante aficionado, melómano coleccionista y marido de una soprano, es un prestigioso cardiólogo de un viejo hospital de Budapest (Hungría), dedicado a su profesión y sacrificado por sus pacientes... hasta que una decisión política cierra el hospital, desmantelando el equipo humano, repartiendo el material aprovechable y jubilando a los que ya tengan la edad correspondiente, como es su caso.
Siendo una persona activa y en buen estado de salud, después de una sucesión de acontecimientos casuales, se plantea no jubilarse y volver a abrir la consulta local de su padre, en su pueblo natal, lo que le permitiría vivir con su madre, viuda y delicada de salud, además de recuperar la consulta para la comunidad, a pesar de la distancia que le supondrá de su mujer (su hija, casada con un japonés, vivía en Alemania y, al inicio de la película, anuncia que se cambia de residencia a Sydney, dando una idea de familia cosmopolita y universal).
Ya tenemos varios paralelismos más con el director: profesional jubilado en el momento de más experiencia y potencial para la comunidad, además de la afición por la ópera como metáfora del propio cine. Y diferentes perfiles entre el personal médico y de enfermería: personas ambiciosas, personas con capacidad de adaptación a los cambios y personas que no comprenden porque se cierra un hospital que funcionaba y daba un servicio a la sociedad.
La acogida como médico de pueblo es bien dispar: del reconocimiento inicial al nuevo servicio médico y su proximidad y disposición, al desaire y desprecio final de su estancia. En medio, podrá comprobar en su piel la avaricia y la falta de honradez de los políticos, encarnado en el alcalde (curiosamente, antiguo director de la escuela), que planea crear todo un complejo turístico en torno a un nuevo proyecto de construcción de un balneario... sabiendo que el agua del manantial no es medicinal realmente.
También podrá comprobar la desidia de un médico joven de guardia en el hospital más cercano, el trato burocrático y deshumanizado a la familia de un paciente fallecido y el corporativismo profesional, aparentemente para proteger una mala praxis del residente. Todo ello, rezumando nepotismo (el alcalde le recuerda que el director del hospital es su primo), y endogamia, poniéndole todas las trabas posibles para poder continuar con su actividad (el alcalde quiere derruir la consulta para construir en su lugar el nuevo hotel del balneario).
Ahora bien, lo peor de todo será sufrir el rencor de su madre, con un profundo resentimiento arraigado y tenaz, y el cotilleo del pueblo, hablando de forma indiscreta, con malicia y desdén y, sobre todo, haciendo daño de forma intencionada a la viuda profesora de la coral de la escuela, diana de la frustración colectiva de un pueblo envidioso e inculto, con la que el Dr. Stephanus había establecido una sincera amistad, reconociendo su resplandor entre tanta amargura.
El ensañamiento del alcalde contra el médico del pueblo, el uso instrumental del diario local para mancillar su honorabilidad y la simplicidad de la vecindad es el contrapunto de dos aspectos fundamentales que identifican al personaje íntegro del Dr. Stephanus: su profesionalidad (siempre representada por el juramento hipocrático), y su pasión por la cultura (en especial por la música clásica y la ópera). El reconocimiento de que las personas execrables y corruptas suelen sobrevivir años y años nos deja un cierto sabor agridulce al final de la película, si es que, de verdad, la sociedad actual es así, en Hungría y, tal vez, en todas partes (¿no somos europeos?).
En todo caso, es cierto y de agradecer el reconocimiento y la importancia de la cultura para desarrollar nuestros valores y convertirnos en ciudadanos honestos... Nos vemos en las salas de cine.
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